Tres cartas arrugadas y completamente amarillas
bastaron para entender lo joven que era. Fui protagonista de una historia
necesaria pero dolorosa, de esas que preferimos evitar.
Éramos chicos e inocentes, perdidos y aislados
de toda realidad. Y ambos caímos en las reglas del amor. Con apenas dieciocho
años, nadie puede actuar con precaución y es cuando entonces nos involucramos,
tan profundamente, que hundimos nuestros corazones en esas arenas movedizas que
no nos dejan salir.
Pero los días pasaron, y se rieron de nosotros.
Los meses acompañaron a algunos besos y la lluvia a unas cuantas sonrisas, de
esas que siguen durando y se escuchan a lo lejos.
Fui el dueño de esa historia de hadas que
cerraste con tu mano derecha, triste y culposa. Pero entendiste muy bien, lo
que yo jamás pude. Querer no es amar, y extrañar no es querer volver.
Cuando partimos hacia otro lugar, nos llevamos
lo justo y necesario. Pero los recuerdos, las fotos y las huellas en la arena,
quedan allí. Esperando a ser vistas una vez más. Pero también sabemos que no
podremos volver, si los sentimientos se escapan por la puerta de atrás. Las
estrellas brillan en distintas direcciones cuando miramos el cielo luego de la
catástrofe, y entonces deseamos no llorar jamás. Eso sucedió luego de tu
partida. Pero me gradué sabiendo que tu inexistencia debía hacerse realidad,
para poder compartir más pasiones y menos discusiones. Para tomar mi rumbo, y
no siempre el tuyo.
Comencé a comandar mi vida, sin tus sueños, y
cerré los ojos bien fuerte, para no recordarte. Evité escuchar a mi amigo
cuando dijo que te vio con otro, y me embriagué para no extrañarte.
Creo que no te amo, pero se que no te olvido. Y
aunque tengamos conceptos muy distintos, los dos intentamos ser felices. A
nuestra manera, pendientes de no lastimar a nadie. Pero sin olvidar aquel
pasado, que tanto nos ayudó a crecer, y a entender que jamás podremos tener
dieciocho años nuevamente. Y cada vez que despierte en mi cama cubierto de
sábanas, aceptaré que ya nos fuimos, y que llorar es amar una vez más, para
olvidar.
Bueno, después de todo, no estuvo tan mal leer
esas cartas borroneadas. Estábamos tan llenos de ilusiones, que las agotamos en
tan solo cuatro años, cuando a la vida le restan muchos más.
Que bien quedó el barquito de papel, con tu
letra de costado. Con el emprenderé una nueva búsqueda llena de ilusiones y
llevaré al corazón por si acaso.
No te preocupes por mí. No intentaré olvidarte
por compromiso, porque te recordaré con dieciocho años, y aprenderé algo nuevo
cada vez que una sonrisa tuya, se escurra por mi almohada.