martes, 27 de noviembre de 2012

Risas y caretas

El sol merodeaba entre nuestras mejillas. Luego de unos chistes curtidos y salpicones de sonrisas, nos sentamos a desayunar. Esos ojos brillosos se proyectaron toda la mañana, como cada vez que el celular sonaba con tus llamadas. 
Te gustaba mi barba adolescente y esos pelos revoltosos. Aprovechabas y me sacabas fotos con tu perro, el menos culpable de todo esto. Cada mañana, cada tarde y cada noche, sin prejuicios de por medio, ni ropas de marca, nos amábamos sin dudarlo. Fueron y serán, las mejores épocas de lo poco que duró nuestro amor; tu amor. 
El verano había pasado con reconciliaciones, el otoño con distracciones y el invierno con la cruel realidad. Pasaste de ser una chica inocente y llena de amor, a una mujer con cambios profundos que te llevaron al desconocimiento literal. A partir de allí, nuestros caminos se dispersaron. La ruptura de nuestras almas fue enorme, porque vos dejaste de ser vos, y yo seguí siendo el mismo. Tal vez, sin tener la razón de todos los conflictos, callé cuando la tormenta caía, y hablé por demás cuando mis amigos me invitaban una cerveza. Sí, quizás no entiendas este fragmento, pero cuando vos fuiste y viniste cuarenta veces, yo seguí con mis mismos amigos... 
Comencé a emprender mi propio futuro, sin vos, y sin esos recuerdos. Y de a poco fui entendiendo tu lado artístico: una hermosa y reluciente careta sobre tu cara se paseaba por las veredas de la ciudad, por los almuerzos familiares y por los “te quiero”. 
Que ilusos que somos algunos. Aún mas torpes cuando tememos ser los mismos. Ni el mensaje de año nuevo, me hizo cambiar de idea. Confundir nuestro futuro con un posible y lejano reencuentro, no fue un acto digno. Porque entre copas, aún sobraba dolor. Te encargaste, entonces, de salir de la rutina, que era un fierro caliente, para adornarte de mentiras la casa. El jovencito ese, de camisas locas, ya no tocaría el timbre de tu casa en las noches de verano ni te llevaría a pasear en auto los días lluviosos. Ese jovencito, se convirtió en un hombre, con los mismos principios de siempre. Nada de filosofía barata.
Conseguiste cómplices, pese a no tener espías. El segundo inocente cayó por la borda, pero lo despachaste sin despecho. Quizás la historia no fue tan así, pero queda mejor contarla de esta manera. Y jamás aprendiste a perder. 
Pese a mi enojo, encontré la manera de vivir de pie. Pero me cansé de olvidarte. 
Cada pausa me llevó a un nuevo encuentro. Los mismos de siempre. Mientras vos comenzaste a frecuentar lugares insípidos, con risas falsas y desconfíos. También llevabas la careta. Que inmaduro fui, al creer que volverías a tus raíces, a tus enojos, risas, corazonadas, besos, películas, tristezas y paseos. La sábana de tu cama se quedó sin la mística del amor, para envolverte de corazones fríos y hasta patéticos. 
Todavía seguimos desayunando. El sol no termina de iluminar esas mejillas hermosas cada vez que reís. La inagotable idea de ser chicos y amar, juega en contra cada segundo en el que se forma una pareja. Sólo podremos vivir, sin pensar en los respetos, entre risas y caretas.