lunes, 29 de abril de 2013

Maldito cartero



Cuarto día consecutivo y sigo sin abrir esa carta. Que raro, si en esta época Internet nos superó a todos y ya no nos tomamos el trabajo de agarrar un papel y escribir. Me mantengo al margen. Raro, muy raro que tu nombre aparezca como remitente. No quiero saber con que me puedo encontrar en el interior. No quiero saberlo. Me da miedo hacerme mal, me rehúso a ilusionarme.
Somos genios matemáticos, físicos del tiempo, analistas y estadísticos. Todo eso y mucho más en tan pocas horas. Tratando de descifrar los vaivenes de la vida. El porqué, el que se yo. Me resulta insólito tener que andar con esta pantomima de las adivinanzas. Saber que hubiese pasado si el cartero confundía la dirección y esto nunca llegaba. Maldito laburante y certero. Que el timbre no andaba, la numeración era incorrecta, no era para mi, sino para un vecino cercano, encantador y buen mozo. El código postal erróneo. No le di propina, se enojó y por eso no me dio el sobre. Había paro de empleados, era feriado nacional. Un perro le mordió los pantalones. Llovió.
Nada de esas cosas ocurrieron, y lo que no tenía que llegar (o al menos no quería), llegó. El código postal era el correcto, la dirección sin errores. Tenía mi nombre, bien detallado, sin faltas de ortografía ni tildes no correspondientes. Maldito cartero.
Quinto día y mi cabeza piensa mas que Einstein en una jornada filosófica de nueve a dieciocho, vaya a saber dónde. Que locura tengo, ya hablo estupideces. La carta sigue allí.
Sexto día. Ni siquiera se traspapeló, o se arrepintió al mandarla. El cajero no tenía cambio (vuelva más tarde). Maldito cartero.
Séptimo y último día. La espera terminó. Llegó la hora de destrozar mi corazón por completo. Para sanarlo habrá tiempo.
Destapé una birra italiana y abrí el sobre. Cuando vi su letra se me cruzaron un trillón de momentos, imágenes imprecisas de lo que había vivido con ella. En ninguna situación la odié, y cada tanto la hecho de menos. Su letra era clara, como siempre. Saber que sus manos tocaron el papel y el interés por volver a escribirme, confieso, me dieron cosquilleos en el estómago. Maldito sensible.
Llegó el momento más esperado. Siempre fui un miedoso a la hora de estas situaciones que prefiero sacármelas de encima. Desdoblé el papel y me congelé. “Te amo, tonto”, decía. Nada más que eso. Raro, extraño, inentendible. Años sin vernos y recibo terrible pavada. Que no dice nada, que dice mucho, que me hace mal, que nos imagino a los besos revolcados. Que iluso.
Algo no me cerraba de todo eso. La espera me jugó una mala pasada. El miedo al recibir la carta, los nervios y la bronca, me llevaron a archivar el sobre por una semana. Jamás me percaté que la fecha de envió era del 3 de Febrero de dos mil nueve. Aún más dolido, casi con lágrimas en los ojos y con mucho apuro, me dirigí hacia la central de correo. Pedí una explicación. La encargada me ofreció unas disculpas que jamás llegué a aceptar. ¿Error de cálculo? La carta nunca había salido desde su origen. La explicación consistía en que el sobre nunca enviado, fue encontrado entre otras cosas perdidas, y se cumplió con el pedido. Tarde, muy tarde. Tardísimo. Me retiré con un simple “OK”.
Octavo día: el chiste se basó en una simple cursilería de ella, que muy bien me hubiese hecho en aquel día de los enamorados. La sorpresa hubiese sido inmensa. La idea era muy buena. Lástima que nunca llegó.
Después de tanta amargura, sonreí tratando de no buscarle más sentidos a la cosa. Igual, esa carta, me devolvió momentos que jamás volví a vivir. Pero también duele.
Maldito correo, maldito sistema. Que no hay empresas serias, que a nadie le importa nada, que juegan siempre con la gente. O simple error de cálculo. Yo le asigné la culpa a uno sólo, el que menos tiene que ver en todo esto. Maldito cartero.

lunes, 22 de abril de 2013

Salidas



El cine, los pochoclos, los besos, la película, el sexo, las consecuencias. Cada salida, era con vos, una partida de cartas con trucos, mentiras y rencores. Pero que bien me hacía. El exceso de tu piel me llevaba a creerte perfecta, y después… unos besos más.
El auto, las lluvias, el teléfono, tu mamá. Mis días, tus amigas. Todo era un rejunte de cosas que jamás terminaban de compensarse por sí solas. Sin embargo, callábamos y seguíamos. Nuestras vidas eran distintas juntas, pero simples en la rutina.
Ya, esos locos enamorados a primera vista, cursis y celosos, se habían quedado para siempre mirando la puesta del sol en el frío Bariloche. La inocencia de final de cursada se llevaba las cartas mas lindas que aún guardo en los cajones, para lastimarnos de a ratos.
Jamás quise terminar de llorar, pero tuve que hacerlo. No era justo para mí. Vos no fuiste justa.
Mis debilidades se transformaron en piedras que fui sorteando en cada paso que daba, y tus ojos tristes y rencorosos, se quedaron al lado de otros cuentos, que nada se parecen a los míos.
Que suerte que me equivoqué en discar y corté. Jamás esa llamada hubiese sido para vos, sólo que el inconciente y unos números parecidos me llevaron a dicho evento. Quedate tranquila, que cuando nos volvamos a ver, te voy a decir que mi primo juguetón tocó el teléfono sin querer, y que mamá se había olvidado de borrar tu número de la agenda. Mentirte me hubiese hecho quedar mejor, más hombre, más independiente. Pero al fin y al cabo, no te hubiese importado ninguna de las dos historias.
Pero comienzo a encontrarme en el mismo lugar. Pensar que no te olvido. Sucede que algo tengo que escribir, y esto es lo que mejor me sale. Sin reproches ni culpas.
Ésta vez no respondo a tus inquietudes. Comencé hace tiempo a hacer cosas que jamás te hubiesen gustado, y me pone muy contento. De nada sirve pensar cada día en qué hubiese hecho para sorprenderte. Ni borracho, ni estudioso, ni buen amigo, ni la ropa de marca cambiarían tu parecer, que fue uno solo. El no vernos más.
Las salidas, los cortes de luz, el bondi, el río, las vacaciones. Salidas que no lo eran del todo. Claro, que ingenuo fui, traté de dejar todo ahí afuera para escaparnos de ese techo que no nos dejaba crecer. El techo del amor.
Cada sueño se borraba entre esas cuatro paredes, y en cada día de sol, la ventana cerrada nos obstruía la vista. No eran simple recreaciones, nunca lo fueron. Sólo salíamos de esa realidad, la consecuencia de un “hasta siempre”. Al menos yo, las llamo salidas. Salidas para escapar de lo que indefectiblemente iba a llegar.
La tele, el fútbol, el shopping, las cenas, el orgullo. Siempre salimos, todo el tiempo escapamos, sin entender que lo único que jamás nos hubiese dejado solos, era un abrazo.
Aprenderme cada segmento del desamor, me lleva a pronunciar en voz alta éste nuevo relato. Relatos que no son desajustes, no son miedos, no son tristezas, ni congojas. Son salidas.

martes, 16 de abril de 2013

Maneras de olvidarte



Una nueva trama del escritor inconcluso, con esa sensación única de parecerse a un nombre propio. Quizás va formando una identidad auténtica que lo representa en cada texto. ¿Y por qué no?
El humilde escritor, con un sobretodo de tela grisácea, frecuenta los bares de zona norte. Frenético pensando en sus viejos textos, encara la realidad de sus días de otra manera. Más pura, madura y sincera. La honestidad rebalsa en cada taza de café. Siente y sabe que algunos lectores se perdieron para siempre, pero otros aplauden de pie sus historias, las de todos. Simple, sin afeitarse y con unos billetes en la mano, cierra con llave su auto. El cuidador de coches agradece su propina, y un bar de luces verdes y rojas lo recibe. Mientras un joven con su guitarra se gana la vida y sueña con la fama, nuestro amigo le pide su trago habitual a aquella moza hermosa, perfecta. Reinas que solo conviven en las noches para dejarnos pensando.
La guitarra, el muchacho, la pluma y el escritor. Ambos en la misma situación, uno con barullos, el otro en silencio. Sueñan con el reconocimiento. A veces no.
Redacta en su borrador.
Cien mil maneras de olvidarte y no encuentro ninguna. Entiendo que ya no lo deseo y no recordar me ayuda mucho. Mil amores nocturnos suceden en las puertas de los “telos”, pero se esfuman como las entonaciones de aquel cantautor. Y aquí lo pienso unas cien mil veces más. Ya van doscientas. Cada historia cuenta con sus protagonistas, pero casi nadie se cree dueño de ellas. Las curtidas noches de Buenos Aires, me dieron, además de lluvias y noches en el río, unos besos para practicar. Y el deshacerse de lo que uno debe liderar, no es más que ausentarse en el futuro, para ganar en el presente. Entonces, los más buenos y preocupados, pierden por goleada. Algunas entenderán, que un mensaje de texto no es amor, pero el resto sí. No odio las injusticias, porque uno se va acostumbrando, pero cada experiencia me lleva a fortificar mi alma.
No me vengas con banalidades. Es que me sale ser humano, ni bohemio ni insensible. Sólo son besos que curan mi rabia y el desánimo de cada tanto perder. Y sin rencores renacemos, porque una sonrisa y un te quiero, me dejan afuera de esos libretos.
Separé esas clases de personas en dos tipos: “los que no”, y “los que si”. Con una gran diferencia… Disfrutar de las charlas y las risas. Lo demás, pura superficialidad. Nosotros, “los que si”, perderemos cada tanto, pero en el análisis final, sentiremos el alma llena, no lo olviden.
El escritor termina su trago. El Baileys será su próxima víctima. Excelente interpretación de “Miss You”, de los Rolling Stones. Redondea su boceto.
La ilusión de encontrarse entre el montón y creerse distinta, será una nueva ilusión esperanzadora sin crudos finales. Lo iluso en este caso será cegarse a las voces de la realidad. Será creer hasta que dure y aprender lo imposible. El minuto a minuto de una corajeada con sentidos. Justamente, con sentidos. De ahí, en convertirnos en “los que si”, no costará nada. Emprender nuevas emociones nos dejará tapados de nuevas alegrías, y le diremos hasta nunca a esas viejas historias.
Doscientas un mil maneras de olvidarte, hasta que aprendí que el problema no era pensarte, sino, no cuestionarme. El conteo discrepó siempre con mi corazón. Ya no necesito olvidarte. Necesito ser parte de “los que si”, para regalarle chances a otros corazones, que laten por vivir. No sirvió criticar a “los que no”, porque en definitiva, cada uno arma su vida. Lo que ayudó, fue entender que habrá cada vez más personas de mi lado, a medida que las valore aún más. Y que no será necesario, prejuzgar ni buscar, mil maneras más de olvidarte.

lunes, 8 de abril de 2013

Fin


Tuve que recurrir a borrar las primeras líneas y empezar de nuevo, no miento.
El invierno se acerca una vez más, y esos olores helados que nos mantienen la nariz fría nos traen recuerdos. Que fácil es escribir pensando en vos. Al fin, de una vez por todas, comencé a creer en las musas.
Para no hacerte cargo, me mentí en la cara, me oculté entre pasajes de avión, y disfruté cada playa casi sin pensar en vos. Pero el inconsciente nunca falla. Menos en estas épocas, en donde estamos más atentos. Nada se puede barrer debajo de la alfombra, nada se puede olvidar con las hojas del otoño. Es que tu cara siempre está presente. Más, si cada cosa se parece a vos. Casi todo es un proceso de transformación, pero algunas cosas quedan. Perdón por tantos textos a tu nombre, perdón por tantos enojos sin sentido.
Cada año que pasaba me iba haciendo más fuerte y el hecho de reformular teorías siempre nulas sobre el amor, me llevaron donde estoy. Escondido en el umbral de las palabras y de los cuentos que tanto se apegaron a mi, no intenté reconquistar amores. Me preocupé por los valores, por la familia y por la música. Cosas reales que tan bien supimos compartir. Me escondí eficientemente y jamás lograste verme pese a estar cara cara en tantas ocasiones. Y aprendí, que los desafíos siempre son individuales. Entendí que hacerse cargo de lo de uno, es luego, construir momentos únicos, doblemente valiosos.
Ahora que lo recuerdo, éste es el último invierno. El último año y el último suspiro. Igual que los anteriores. Fuimos posponiendo esa última chance que jamás llegará.
Me aparté de lo anecdótico, para indefinirme. Tanto cambié, que por momentos no me reconozco. Ya no sos más culpable, ni protagonista, ni mi arco iris de colores. Ahora vos, sos mis textos. Cada línea es una lágrima, cada punto un “hasta luego”. Y comenzamos nuevamente: esos cuatro (treinta años), esos meses (que fueron siglo) y ese fin (que nunca comenzó).
Me marcho en un nuevo y confuso relato. Los veo a todos en las afueras del fin del mundo. Tantas afueras como mentiras de creer que todo tiene fin para cerrar momentos.
El invierno no es el último, porque entre primaveras, veranos y otoños, todo comenzará de cero. Con algunos matices distintos, menos lluvias y más calores sofocantes. Pero con el mismo nombre. Y pese a que nuestra existencia sea borrada para siempre, el título de invierno, alguna vez existió; y existir no es un fin.
Cerrando tanta porquería, de momento te recordaré. Una vez más, una última, la primera de ellas. Cada veintiuno de Junio me atraerán olores que se fueron para no estar aquí, pero volar allí. Que bueno es volver a escribir. Quizás me perdí hasta sentir que era el fin, pero si existió, ya no hay fin. Los espero de nuevo, como cada invierno, en las afueras del fin del mundo. Más curtidos, mas atentos, perceptivos y sensibles. Que lindo es empezar.

Fin.