Dos y cuarto de la madrugada marcaban ambos
relojes, pero el “tic tac” sonaba distinto en cada uno. Un sonido extraño
sobresalía de uno de ellos, como si una fuerza perceptible estuviese
anticipando algún cambio.
Abriste los ojos y revolviste entre las
sábanas. Me despertaste un tanto agitada y preocupada. Yo sin entender mucho,
te abracé y te calmaste. Sonreíste con los ojos achinados y me diste la
espalda, con un claro intento de búsqueda de cariño.
La noche se hizo larga. Nuestros relojes,
seguían haciendo mucho ruido, y ya no podía dormir. Tenía la sensación de que
uno de ellos estaría agotando la pila y por eso el desfasaje. Tres y cuarto
para el mío, tres y once decía el tuyo.
El viento hacía mover la cortina y cada ruido
parecía la excusa ideal para mantenerme despierto y expectante. Vos seguías
durmiendo, divina como siempre.
Las vueltas sobre el colchón se tornaban
insoportables. Ya no me sentía cómodo, no te quería ver así.
Las horas seguían pasando, y entre ideas locas
y tu respiración acompañando, cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, el sol ya
pegaba en mi cara. Me levanté y fui hacia el baño. Nada hacía sentirme bien.
Nueve en punto marcaba mi reloj. Ella seguía
durmiendo como si nada hubiera pasado. Las agujas del suyo se habían frenado un
poco después de las cinco, y en ese momento empecé a entender un poco más.
Solemos armar nuestros sueños en base a las
cosas que nos suceden durante el día. A eso le adicionamos las preocupaciones,
las presiones y el amor. Descartamos lo fresco y lo bueno de la vida, y nos
enfocamos en lo inquietante, en eso que deseamos que nunca nos pase, aunque
propongamos alguna solución.
Dos y cuarto de la madrugada marcaba mi reloj
cuando desperté. Al cabo de unos minutos, ya tenía escrito todas estas líneas.
Tuve tiempo de recordarte, de escucharte respirar y hasta de hacerte un mimo en
el cuello. Pero inconscientemente llegué a entender que los relojes que venían
dando vuelta en mi cabeza eran claramente un recordatorio, de que vivimos en
distinta sintonía. Pude lograr al fin, no retenerte más en mis sueños y reírme
de tus fotos. Y aunque cuando pienso en vos, no me atrae nadie más, no llevaré
ni cronómetros ni relojes a las citas. Podré ser el más rebelde, e incluso me
lleve el enojo de algunas señoritas, pero no viviré con la presión de escuchar
el “tic tac” que llevás siempre en la muñeca. Así conviviré con mi tiempo y con
mis estados, para estipular la vida a mi manera.
Dos y cuarto. Volví a despertar. Ya no se
escuchan sonidos y las cortinas no se mueven. Casi no te recuerdo. El reloj
sigue su curso sin detenerse. De esa forma practicaré para mirar hacia adelante
y cortar con lo esquemático. Ya no miraré las agujas ni las horas. Mañana
abriré los ojos, cuando el sol me avise, y tu recuerdo se perderá en un nuevo
sueño, sin horarios.