martes, 27 de marzo de 2012

Pastillas para dormir

Tres meses sin dormir y un pastillero vacío para florear la situación, decoraban tu estado de ánimo. Presión que elegías guardar por temor y vergüenza, por dependencia y obsesión. Tu cara no era la más feliz, pero llevabas un acting digno de Hollywood al hacerme creer que me amabas.
Yo planificaba y vos sorteabas con precisión un fin más que anunciado, solo para no hacerme sufrir. Inconscientemente lo presentía, pero abusaba de mi mismo al intentar recrear a la parejita feliz. Como detenerme si el amor es más poderoso, trunco y lleno de secretos indescifrables. Yo te amé por quererte demasiado y te perdí, por soñarte de mi lado.
El pastillero aún vacío. Siempre supiste cual era la medicina correcta, aún cuando me mentías: Te amo. Yo lo sentía, vos lo decías.
Tres meses que fueron años, incluso llantos. Juraste descalza, de rodillas al piso que fui único en tu vida y te prometiste estar sola, hasta que la tormenta acabe. Pero te volviste a enamorar. Ciega, sin escuchar y sin darle tiempo al olvido, desgarrando corazones. Yo me enojé, te besé y acepté nunca más verte.
Tres meses exactamente tardaste en tomar esa pastilla que te ayude a dormir. Tiempo suficiente para llenarme de esa enfermedad que se llama desamor y que no deja olvidar. Fueron tres meses para vos, para recordarme al fin, sin pensar en mí.



martes, 20 de marzo de 2012

Ratos imposibles

Que la vida sorprenda ya no es noticia, aunque las sorpresas generen sensaciones en nosotros. Y esos momentos, se detienen y se aferran a nuestra memoria, que los retendrá hasta el último día de nuestras vidas. Pero también hay ratos imposibles. Días, horas, minutos o hasta incluso segundos que se salen de la lógica del vivir, y que nos atrapan, para bien o para mal. Son pantallazos que nada tienen que ver con lo que sentimos, pero sin embargo ocurren. Puede ser un día de lluvia, un corte de luz, una película aburrida o verla a ella sin saber siquiera si realmente lo es. Los ratos imposibles son una serie de eventos en cadena, generalmente desafortunados, que nos dirigen hacia lo inesperado. Y ahí, es cuando entendemos que todo tiene que ver con todo. Despertarse confundido puede ser un gran síntoma para comenzar a creer que algo está fuera de la línea. Incluso más, si esa sensación viene acompañada de nervios y latidos fuertes en el corazón. Luego, las cosas se van concretando. Casi nada sale como uno lo desea. El perro llora, el café está demasiado caliente y tu mejor perfume estalla contra el suelo. Pero uno continúa con el día, sin pensar en las consecuencias. Entonces en el momento más importante el auto no arranca y uno pierde valiosas horas en la calle, mirando el celular, donde los minutos se extienden a eternidades. Quizás lo mejor sea terminar con el maldito día, y no pensar en la desdicha. Pero los eventos no terminan allí. Te levantás con mucho calor y un llamado te recuerda que olvidaste ir a una cita importante de trabajo. Y cuando estás a punto de estallar, suponés que una ducha podría ser la solución. Con el pelo un tanto húmedo, comienza la jornada laboral. Llevás el auto al mecánico y caminás las cuadras restantes hasta la oficina, cumpliéndose en su totalidad la paradoja, el rato imposible, el día menos perfecto: caminando la ves a ella, con unos lentes oscuros. Sentís que ella te mira, y volvés a encarar tus ojos sobre ella, dudando de su presencia, haciéndote el desinteresado. El asunto termina cuando al seguir unos cuantos metros, te das vuelta para recordar cuanto la amaste, pero ella ya no está. Se perdió entre los árboles y la parada del colectivo. Allí, lo extraño se vuelve más tangible que nunca y nuestra percepción se torna totalmente refutable. Llegamos a un punto extremo en el que no terminamos de comprender en qué realidad nos ubicamos. Pero ella era real, tan real, que te confunde, y dudás de su existencia. Son y serán seguramente, ratos imposibles. Ratos que queremos que no vuelvan y se pierdan. 


lunes, 12 de marzo de 2012

Sueños y olvidos

Pasar nuevamente por la vereda de tu casa y sentirse tan lejos, rompe con los esquemas curativos que lleva el corazón. Los días pasados se encargaron de borrar una línea imaginaria de tiempo, pero cometieron el gran error de dejar los recuerdos más vivos que nunca en mi cerebro. Perdón si pienso nuevamente en tus ojitos, y perdón si culpo a mi almohada por traerte en un sueño, pero es que no puedo sacarte de mi cabeza en este momento.
Los primeros meses te lloré sin sentido y me ilusioné con tu mensaje de año nuevo. Por eso respondí que nos pertenecíamos, aunque tiempo después, sin bebidas alcohólicas de por medio, aprendí que fuimos solo un punto ardiente en la línea de la vida. Y hasta quizás, nada teníamos que ver, porque nadie corresponde a un ser, sino al destino.
Luego volví a sonreír con la fuerza del alma y me ocupé de mis asuntos. En un acto de desinteligencia y hasta desesperación actué como el más idiota al intentar olvidarte. Creer que el desamor sería cambiar mi persona fue un gran error, que por suerte duró algunos segundos y un par de golpes en la pared.
Al pasar por el primer año, entendí que se puede ser feliz estando solo. Que casi se logra olvidar y querer al mismo tiempo. También valorarnos más y mirar hacia delante. Y que esa noticia que jamás nos gustará, no empañe nuestras alegrías y se puedan convertir en angustias pasajeras. El saber que ama a otro y es feliz, no debería dejarnos inmovilizados, sino que sería la excusa ideal para arremeter contra las lágrimas y el olvido.
Cuento las baldosas de tu vereda. Llego a la décima y termina tu casa. Que increíble que, aunque mis pasos eran lentos, casi consigo resumir mi vida sin vos, desde el día en que te fuiste.
Son las tres de la mañana, y lo único que se escucha en el barrio son los grillos. Mi corazón latió hasta el cansancio cuando pasé por tu puerta. Pude revivir así, un montón de historias divinas que me regalaste. Intenté acercarme, pero te sentí muy lejos… No me quiero ir, porque siento que cuando más te recuerdo, más olvido. Fumaré el último cigarrillo y no molestaré más. Lo juro.
Con tu permiso me confieso: en el barrio no solo escuché unos cuantos grillos… También, a tan pocos metros de tu cintura dormida y con la luna de testigo, logré sentirte respirar.
Me voy, para siempre, y lamentablemente todo esto será parte de un solo sueño, que luego será un olvido.


Click "play" para disfrutar: I don't mind - Superheavy

viernes, 9 de marzo de 2012

No juego más


Uno, dos, tres. No pienso contar hasta diez.
Dejá de esconderte, y da la cara de una buena vez.
Uno, dos, tres. No pienso contar hasta diez.
Me destapo los ojos, ya no te quiero buscar.
Uno, dos, tres. Ya se que te fuiste, y me dejaste encerrado en este juego otra vez.
Por favor, da la cara, para olvidarte, para odiarte y salir de este encierro.
Ya no me gusta este juego, ya no me gusta perder…
Uno, dos, tres. Esperaré a la nueva participante, y me iré sin dejar huellas.
Este juego no me gusta. Perdón, no tendrá la culpa. Pero yo también escaparé.

domingo, 4 de marzo de 2012

Una tarde aprendí


Jamás intenté dejar de quererte. Aún sigo mirando esas fotos pegadas en el cuaderno. Seguro a todos nos pasó alguna vez. El significado del primer amor no tiene descripción, al menos para este mundo, o para esta vida. No se compara ni con los primeros noviazgos ni con los últimos. No guarda relación con el trayecto de nuestras vidas ni con las decisiones tomadas. Aferrarse tanto a eso, nos reprime el alma, y cuando quedamos solos, no tenemos herramientas como para volver a empezar. Por eso, las primeras salidas, las noches y el verano, huelen a gris oscuro. Prevén la tormenta, que quizás dure un mes, o un año. Sentirse solo, es aprender de uno mismo. Somos cobardes si sufrimos con aquello sin sentido. Por eso alguien tiene que elegir, decidir y llorar lo suficiente para cerrar un párrafo en la vida. Punto y aparte.
En ese nuevo panorama nos encontramos desmoralizados, con el perfil por el suelo y con tierra tapándonos. Luego creemos que un reemplazo urgente sería la medicina más precisa, pronosticada por los expertos. Pero aquí nadie es experto, porque como siempre digo, cada vida es un mundo.
Entonces llega con nosotros la desesperación y la angustia. Es cuando probamos ese trago prohibido, nos disfrazamos de ilusos y tiramos basura en nuestros pies. Ya no somos nosotros mismos. Y creemos, que escribiendo un libro, solucionaremos nuestras vidas, nos capacitaremos para emprender un nuevo derroche de sabiduría y nos imaginaremos felices.
Pero no es ético mentirse a uno mismo. Cada figura en nuestro rompecabezas es irremplazable. Nos ahogamos en una pileta vacía, le pegamos a las paredes y odiamos en secreto. Quizás, hasta somos un poco envidiosos.
Pero tal vez, si dejamos lo material para otro día, encendemos las velas de la esperanza y nos mojamos la cabeza con agua bendita, conoceremos la solución a nuestras desdichas.
No. Lo acabo de intentar y tampoco funciona de esa manera. Es que durante todo este tiempo pensé que me conocía, pero pequé por ingenuo. Nunca me di tiempo a mi mismo. Siempre di vuelta la página sin leer el final. Creí que esas líneas floreaban el resto del texto y las ignoré sin piedad. Fue un gran error que cometí.
Pensé que mi mundo era igual al del resto, pero ¿cómo saber si ellos lo tienen cuando yo no conozco el mío? 
Fui injusto, pero predicador de un sueño perdido. La culpé a ella sin entender mi psicosis. Pero acá estoy, dándote una nueva oportunidad. No por vos, sino por mí. Para quedarme tranquilo de que yo acepté mis errores y que hoy puedo reconstruir mi vida.
No estoy inspirado, pero entre cigarrillos y mates volví a creer en mí, pese a que hasta hoy a la mañana me sentía frustrado. Me daré una nueva chance, e intentaré conocerme. Quizás me lleve un tiempo, más de lo que creo. Pero no me importa el tiempo si vivo al límite cada momento. Y si no aceptás venir conmigo, la puerta está abierta, y el ascensor esperando. No me sujetes de la mano, que mi destino es tu partida.
Me quedaré debajo de ese árbol, riendo hasta el atardecer. Mi vista nublada podrá borrarte para siempre, y las culpas quedarán en el capítulo dos, que por suerte ya he leído. Hasta la próxima vida amor. Te despediré con una mueca y me acostaré sobre el pasto. Y cuando sienta que la espalda me pique, será el primer síntoma para entender, que esta vez estaré conmigo mismo. Amando, soñando y creyendo.