martes, 27 de noviembre de 2012

Risas y caretas

El sol merodeaba entre nuestras mejillas. Luego de unos chistes curtidos y salpicones de sonrisas, nos sentamos a desayunar. Esos ojos brillosos se proyectaron toda la mañana, como cada vez que el celular sonaba con tus llamadas. 
Te gustaba mi barba adolescente y esos pelos revoltosos. Aprovechabas y me sacabas fotos con tu perro, el menos culpable de todo esto. Cada mañana, cada tarde y cada noche, sin prejuicios de por medio, ni ropas de marca, nos amábamos sin dudarlo. Fueron y serán, las mejores épocas de lo poco que duró nuestro amor; tu amor. 
El verano había pasado con reconciliaciones, el otoño con distracciones y el invierno con la cruel realidad. Pasaste de ser una chica inocente y llena de amor, a una mujer con cambios profundos que te llevaron al desconocimiento literal. A partir de allí, nuestros caminos se dispersaron. La ruptura de nuestras almas fue enorme, porque vos dejaste de ser vos, y yo seguí siendo el mismo. Tal vez, sin tener la razón de todos los conflictos, callé cuando la tormenta caía, y hablé por demás cuando mis amigos me invitaban una cerveza. Sí, quizás no entiendas este fragmento, pero cuando vos fuiste y viniste cuarenta veces, yo seguí con mis mismos amigos... 
Comencé a emprender mi propio futuro, sin vos, y sin esos recuerdos. Y de a poco fui entendiendo tu lado artístico: una hermosa y reluciente careta sobre tu cara se paseaba por las veredas de la ciudad, por los almuerzos familiares y por los “te quiero”. 
Que ilusos que somos algunos. Aún mas torpes cuando tememos ser los mismos. Ni el mensaje de año nuevo, me hizo cambiar de idea. Confundir nuestro futuro con un posible y lejano reencuentro, no fue un acto digno. Porque entre copas, aún sobraba dolor. Te encargaste, entonces, de salir de la rutina, que era un fierro caliente, para adornarte de mentiras la casa. El jovencito ese, de camisas locas, ya no tocaría el timbre de tu casa en las noches de verano ni te llevaría a pasear en auto los días lluviosos. Ese jovencito, se convirtió en un hombre, con los mismos principios de siempre. Nada de filosofía barata.
Conseguiste cómplices, pese a no tener espías. El segundo inocente cayó por la borda, pero lo despachaste sin despecho. Quizás la historia no fue tan así, pero queda mejor contarla de esta manera. Y jamás aprendiste a perder. 
Pese a mi enojo, encontré la manera de vivir de pie. Pero me cansé de olvidarte. 
Cada pausa me llevó a un nuevo encuentro. Los mismos de siempre. Mientras vos comenzaste a frecuentar lugares insípidos, con risas falsas y desconfíos. También llevabas la careta. Que inmaduro fui, al creer que volverías a tus raíces, a tus enojos, risas, corazonadas, besos, películas, tristezas y paseos. La sábana de tu cama se quedó sin la mística del amor, para envolverte de corazones fríos y hasta patéticos. 
Todavía seguimos desayunando. El sol no termina de iluminar esas mejillas hermosas cada vez que reís. La inagotable idea de ser chicos y amar, juega en contra cada segundo en el que se forma una pareja. Sólo podremos vivir, sin pensar en los respetos, entre risas y caretas.


jueves, 4 de octubre de 2012

Entre versos y viajes.


Caigo de esa montaña de poca altura. Mientras ruedo pienso lo peor, pero al fin y al cabo termino con la trompa en la tierra. Sólo son unos pocos rasguños, tan insignificantes como tu salida de mi vida. El volver a respirar y la llegada de algunos estornudos me hacen sentir mas de viaje que nunca, o que siempre.
A medida que me voy revolcando por los paisajes más asombrosos del mundo, entiendo que pensar en blanco me hace muy bien. Pero pierdo por goleada cuando recuerdo que sigo posponiendo el día del juicio final. Será sólo un breve momento, donde las historias coincididas se pudran de una vez por todas, cuando te encuentre por casualidad, caminando con él. Ese instante dolerá en el corazón, pero reiré luego, con envidia y tranquilidad. Con esa misma tranquilidad de haber dado lo mejor, sin desearle mis males a aquel pobre iluso.
Confieso, los días de lluvia me hacen mal, aunque intento buscarle las cuestiones más positivas. Pero los rayos de sol, el pasto y las flores, levantan mi autoestima. Quizás sea un aspecto psicológico. Seguro lo es. Sucede que los días nublados representan muy bien algunas tardes de llantos injustos, y problemas nada graves que nos ponemos en la cabeza para hacernos creer ser los peores.
Pensándolo bien, no quiero repetir nada de eso. Regalo mis pedazos de sueños por un presente motivador, y un pasado sin cabeza. Amar fue una corajeada, pero sobrevivir, un libro de consejos.
Un tanto más sereno y realista, suelo cuestionar mi ausencia en la escritura. Quizás sean horarios mal programados, muchos amigos y asados, o viajes sin mochilas. Y de todo eso saco una interesantísima conclusión que tenía pegada en la frente, pero que nunca pude ver: estoy viviendo.
Ni bien termino de caer de aquella montaña (que en realidad era una simple elevación de tierra), me pongo de pie. No busco llamar la atención ni gustarle a todo el mundo. Levanto la frente para estar dispuesto a no quedar atrás. Prometeré entonces, junto con el primer paso, llevarte una montaña de textos, para que los abraces y te rías conmigo. Bienvenido a un nuevo paseo.  ¡Que lo disfrutes!, entre versos y viajes.


miércoles, 13 de junio de 2012

Loco escritor


Otra loca idea de recordarte enfrenta el supuesto “ya te olvidé” y así las hojas tristes que dejó el otoño sobrevuelan mi cuerpo mientras camino solo en la calle. El invierno es tal cual un libro sin poemas y los días fríos una sombra al corazón.
El corresponsal de “los libros sin cabeza” de Houston, se comunicó con el escritor inconcluso y juntos procuraron abolir la esclavitud del desamor. Pero luego de unas cuantas notas que terminaron en el cesto de basura, se dieron cuenta que refutar un concepto tan sólido, sería simplemente una tortura.
Entonces pensaron en disminuir el sufrimiento prohibiendo la escritura de cartas que mencionen la palabra amor. Llegaron así, a empezar a borronear uno de los términos más usados e inexplicable de todos los tiempos de la humanidad. Consiguieron también, corregir los defectos del llanto e inventar las gotas de la esperanza sin un gramo de drogas. Todo parecía estar encaminado para que el desamor se transforme simplemente en una mala palabra y el amor, pase entonces, a los libros viejos ancestrales como una causa perdida. Pero la frivolidad de unos cuantos aventureros, llegó a desconectar al amor de las nobles causas y empezaron a enlazar tal concepto con manifiestos prohibidos. Todo esto envió a la basura el trabajo de estos humildes escritores que entendían que las sonrisas y las historias no se negocian. Fue así, que el mundo se llenó de austeridad, dejando empañada cada chance de resurgimiento. Cada libro pasó a ser un decorado propio de la desinteligencia mundial y en Houston cerraron las bibliotecas. Cada personaje vivirá a su manera, pero en estos tiempos modernos, jamás podrán hacer valer un corazón, porque todo es pasajero.
Otra loca idea, de un perfecto “no me olvides”.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Sueños sin horarios


Dos y cuarto de la madrugada marcaban ambos relojes, pero el “tic tac” sonaba distinto en cada uno. Un sonido extraño sobresalía de uno de ellos, como si una fuerza perceptible estuviese anticipando algún cambio.
Abriste los ojos y revolviste entre las sábanas. Me despertaste un tanto agitada y preocupada. Yo sin entender mucho, te abracé y te calmaste. Sonreíste con los ojos achinados y me diste la espalda, con un claro intento de búsqueda de cariño.
La noche se hizo larga. Nuestros relojes, seguían haciendo mucho ruido, y ya no podía dormir. Tenía la sensación de que uno de ellos estaría agotando la pila y por eso el desfasaje. Tres y cuarto para el mío, tres y once decía el tuyo.
El viento hacía mover la cortina y cada ruido parecía la excusa ideal para mantenerme despierto y expectante. Vos seguías durmiendo, divina como siempre.
Las vueltas sobre el colchón se tornaban insoportables. Ya no me sentía cómodo, no te quería ver así.
Las horas seguían pasando, y entre ideas locas y tu respiración acompañando, cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, el sol ya pegaba en mi cara. Me levanté y fui hacia el baño. Nada hacía sentirme bien.
Nueve en punto marcaba mi reloj. Ella seguía durmiendo como si nada hubiera pasado. Las agujas del suyo se habían frenado un poco después de las cinco, y en ese momento empecé a entender un poco más.
Solemos armar nuestros sueños en base a las cosas que nos suceden durante el día. A eso le adicionamos las preocupaciones, las presiones y el amor. Descartamos lo fresco y lo bueno de la vida, y nos enfocamos en lo inquietante, en eso que deseamos que nunca nos pase, aunque propongamos alguna solución.
Dos y cuarto de la madrugada marcaba mi reloj cuando desperté. Al cabo de unos minutos, ya tenía escrito todas estas líneas. Tuve tiempo de recordarte, de escucharte respirar y hasta de hacerte un mimo en el cuello. Pero inconscientemente llegué a entender que los relojes que venían dando vuelta en mi cabeza eran claramente un recordatorio, de que vivimos en distinta sintonía. Pude lograr al fin, no retenerte más en mis sueños y reírme de tus fotos. Y aunque cuando pienso en vos, no me atrae nadie más, no llevaré ni cronómetros ni relojes a las citas. Podré ser el más rebelde, e incluso me lleve el enojo de algunas señoritas, pero no viviré con la presión de escuchar el “tic tac” que llevás siempre en la muñeca. Así conviviré con mi tiempo y con mis estados, para estipular la vida a mi manera.
Dos y cuarto. Volví a despertar. Ya no se escuchan sonidos y las cortinas no se mueven. Casi no te recuerdo. El reloj sigue su curso sin detenerse. De esa forma practicaré para mirar hacia adelante y cortar con lo esquemático. Ya no miraré las agujas ni las horas. Mañana abriré los ojos, cuando el sol me avise, y tu recuerdo se perderá en un nuevo sueño, sin horarios.


miércoles, 18 de abril de 2012

Noches de tormenta


Una menos cuarto. Noche de lluvia, cortes de luz y fuertes vientos. Ideal para escribir, y luego revolcarse por la cama, con el ventilador prendido a modo de ofrenda y despedida del verano. El escritor inconcluso, a quien aún no he revelado su identidad, se conforma con unos mates y diarios online. Ya no se acuerda de ella, sino de sus broncas, desencuentros y mujeres pasajeras. Algunas vacaciones y otras noches de alcohol son su fuente de inspiración. Escribe:

De tanto joder, con la mezquina idea de quererme, llegué a pensar y a confirmar que un descargo intelectual ante tu persona, sería la mejor manera de cerrar la historia más triste del mundo, para tirar papeles picados de cuadernos de secundaria a la calle. Reír con mis amigos y pasar la tarde entre nubes, escondidas y otras chicas fue mi mejor idea.
Tener el “as” en la manga, no significa ser el pibe más lindo, dulce y conquistador, sino dejarte pensando hasta el último momento que decisión tomar… Y al pasar los meses, incluso años, dudar en secreto si el yerno de mamá es el indicado.
Que te enoje como escribo, y que los textos no tengan tus dedicatorias, son las razones claras que indican que me pude despegar, de esa sinfonía errónea, que ni los mejores músicos y graduados en la materia podrían interpretar. Entender es una sola vez, y vos ya no bailás mi música.
Parece un simple enojo, pero no es más que poesía, quizás con otro estilo, pero con el mismo cuerpo. Exactamente el mismo que el de esa muchacha, que sin conocerme tanto, se preocupa más por mí. Y me acaricia, como si fuéramos los de siempre, los de antes, los que no somos.
Para que quede claro, ni tus amores, ni los míos se parecen, aunque suenen iguales. Y aunque no sepa cuando pasó, ya no te quiero.

El escritor inconcluso se levanta, se sacude la camisa y toma el último sorbo de mate, haciendo ruido. Se percata que el televisor estuvo encendido durante la última hora, y quizás esa fue la razón de la dificultad para escribir. Seguramente fue un día difícil, pero lleno de ideas, que en definitiva, son los puntos de incentivo que llevamos cada semana. Apaga la tele, y se sienta nuevamente apoyando su frente en el cuaderno. Al fin y al cabo, pudo terminar de volcar sus ideas locas en aquella hoja:

El cielo se ilumina con relámpagos, emulando a las mejores películas, y me pongo a pensar en las veces que lloré innecesariamente, queriendo entender algo muy simple y claro. Yo siempre fui el responsable de entregar todo por alguien que se refugió mientras en la noche llovía, y se apartó cuando salió el sol.
Que triste me pondría en tu lugar, al saber que tanto amor, se lo llevará otra. Esa que sin preguntar y sin cuestionar, entenderá todo, con un simple gesto, incluso en las noches de tormenta.


martes, 10 de abril de 2012

Viajes sin mochilas


Y de nuevo pasa eso que se llama desentendimiento. Las ganas de renunciar a la causa y llorar sin propósitos son anomalías claves de la soledad. Desfragmentar la mente cuando todo es lineal puede obligarnos a esperar el fracaso.
Hasta que nos suceden esas cosas que nos enseñan y explican a fondo las injusticias amorosas. El escritor inconcluso las llama “viajes sin mochilas”.

No quedan pasajes. La temporada explota y el calor nos inquieta. La necesidad de desaparecer en pedazos nos lleva a tomar partido de forma apresurada. Y esa personita con la que caminamos infinidades de veces de la mano, ya se buscó otra vida. Solos, emprendemos el viaje, sin mochila pero con algunas monedas y otros encantos. Llevamos nuestro libro de cabecera, y procuramos llamar a la vieja en cada parada, seguramente con un alto grado de preocupación, disfrazado de esperanzas.
De cada pueblo robamos ideas, enseñanzas y emociones. Llegamos al mar, cómplice de nuestros recuerdos, con algunas notas y otras pocas monedas. Los kilómetros se transforman en minutos, los paisajes en días, y los besos… sólo son besos.
La soledad en cada viaje recuerda a ella en bikini y con frío, esquivando las olas, haciéndome pensar en su forma de abrazar y en la suavidad de sus manos. Pero en cada viaje sin mochilas, aunque con una colección de sabidurías del mundo moderno, nos llevamos las primeras sonrisas, los mejores cruces de miradas jamás vistos y una estantería cargada de sueños a corto plazo, colores, canciones y lápices. Y aunque entendamos que el amor es una puja de fantasías despiertas que se comen y destrozan nuestros sueños, el amor también es sabor, un poquito de música y libretos inciertos.
Y si jugamos a los novios un ratito, y dejamos las mochilas para otro cuento, nos podremos llenar de carcajadas y comenzar un nuevo viaje. Sin rencores y colmado de amores.


miércoles, 4 de abril de 2012

Delirio Nocturno


Nadie habla de lo que todos saben. Pero, ¿realmente todos saben de lo que no se habla? Uno calla, y deja eso en secreto, hasta que un desubicado, sin vergüenza o simplemente sincero, saca a la luz aquello prohibido. Luego, todos, respiran felices y lo expanden queriéndose adelantar al periódico de mañana. Pero, ¿que sucede, si eso secreto, guardado entre sábanas y polvo, es doloroso para algunos? ¿Qué tal si aquel protagonista es un tanto vergonzoso y por no sentirse pecador, no lo emplea como chisme y lo mantiene en privado? No somos seres respetuosos. Por eso buscamos respuestas y soluciones todo el tiempo. Queremos saber más allá, pese a no terminar de entender nuestras vidas. Creemos que nuestro secreto es nulo si lo comparamos con el ajeno. No actuamos con valentía, y los inconvenientes de afuera reparan nuestros errores.
¿Que tal si aquello que guardamos, nos salva para siempre o nos hunde hasta el destierro? Y cuando ese secreto sale a la calle, ya no es tan fuerte, ni tan alegre y ofende a los demás. Quizás no debería haber sido jamás contado.
Seguro, aquella bella vecina del barrio, sabrá toda la verdad y aquel, que no supo guardar ese secreto, no despertará contento ni exaltado a la mañana siguiente, porque entenderá que no tiene nada más que guardar. Porque el amor, no es amor, si se escapa de nuestras entrañas. No es amor, si no se sueña y si no se espera.


martes, 27 de marzo de 2012

Pastillas para dormir

Tres meses sin dormir y un pastillero vacío para florear la situación, decoraban tu estado de ánimo. Presión que elegías guardar por temor y vergüenza, por dependencia y obsesión. Tu cara no era la más feliz, pero llevabas un acting digno de Hollywood al hacerme creer que me amabas.
Yo planificaba y vos sorteabas con precisión un fin más que anunciado, solo para no hacerme sufrir. Inconscientemente lo presentía, pero abusaba de mi mismo al intentar recrear a la parejita feliz. Como detenerme si el amor es más poderoso, trunco y lleno de secretos indescifrables. Yo te amé por quererte demasiado y te perdí, por soñarte de mi lado.
El pastillero aún vacío. Siempre supiste cual era la medicina correcta, aún cuando me mentías: Te amo. Yo lo sentía, vos lo decías.
Tres meses que fueron años, incluso llantos. Juraste descalza, de rodillas al piso que fui único en tu vida y te prometiste estar sola, hasta que la tormenta acabe. Pero te volviste a enamorar. Ciega, sin escuchar y sin darle tiempo al olvido, desgarrando corazones. Yo me enojé, te besé y acepté nunca más verte.
Tres meses exactamente tardaste en tomar esa pastilla que te ayude a dormir. Tiempo suficiente para llenarme de esa enfermedad que se llama desamor y que no deja olvidar. Fueron tres meses para vos, para recordarme al fin, sin pensar en mí.



martes, 20 de marzo de 2012

Ratos imposibles

Que la vida sorprenda ya no es noticia, aunque las sorpresas generen sensaciones en nosotros. Y esos momentos, se detienen y se aferran a nuestra memoria, que los retendrá hasta el último día de nuestras vidas. Pero también hay ratos imposibles. Días, horas, minutos o hasta incluso segundos que se salen de la lógica del vivir, y que nos atrapan, para bien o para mal. Son pantallazos que nada tienen que ver con lo que sentimos, pero sin embargo ocurren. Puede ser un día de lluvia, un corte de luz, una película aburrida o verla a ella sin saber siquiera si realmente lo es. Los ratos imposibles son una serie de eventos en cadena, generalmente desafortunados, que nos dirigen hacia lo inesperado. Y ahí, es cuando entendemos que todo tiene que ver con todo. Despertarse confundido puede ser un gran síntoma para comenzar a creer que algo está fuera de la línea. Incluso más, si esa sensación viene acompañada de nervios y latidos fuertes en el corazón. Luego, las cosas se van concretando. Casi nada sale como uno lo desea. El perro llora, el café está demasiado caliente y tu mejor perfume estalla contra el suelo. Pero uno continúa con el día, sin pensar en las consecuencias. Entonces en el momento más importante el auto no arranca y uno pierde valiosas horas en la calle, mirando el celular, donde los minutos se extienden a eternidades. Quizás lo mejor sea terminar con el maldito día, y no pensar en la desdicha. Pero los eventos no terminan allí. Te levantás con mucho calor y un llamado te recuerda que olvidaste ir a una cita importante de trabajo. Y cuando estás a punto de estallar, suponés que una ducha podría ser la solución. Con el pelo un tanto húmedo, comienza la jornada laboral. Llevás el auto al mecánico y caminás las cuadras restantes hasta la oficina, cumpliéndose en su totalidad la paradoja, el rato imposible, el día menos perfecto: caminando la ves a ella, con unos lentes oscuros. Sentís que ella te mira, y volvés a encarar tus ojos sobre ella, dudando de su presencia, haciéndote el desinteresado. El asunto termina cuando al seguir unos cuantos metros, te das vuelta para recordar cuanto la amaste, pero ella ya no está. Se perdió entre los árboles y la parada del colectivo. Allí, lo extraño se vuelve más tangible que nunca y nuestra percepción se torna totalmente refutable. Llegamos a un punto extremo en el que no terminamos de comprender en qué realidad nos ubicamos. Pero ella era real, tan real, que te confunde, y dudás de su existencia. Son y serán seguramente, ratos imposibles. Ratos que queremos que no vuelvan y se pierdan. 


lunes, 12 de marzo de 2012

Sueños y olvidos

Pasar nuevamente por la vereda de tu casa y sentirse tan lejos, rompe con los esquemas curativos que lleva el corazón. Los días pasados se encargaron de borrar una línea imaginaria de tiempo, pero cometieron el gran error de dejar los recuerdos más vivos que nunca en mi cerebro. Perdón si pienso nuevamente en tus ojitos, y perdón si culpo a mi almohada por traerte en un sueño, pero es que no puedo sacarte de mi cabeza en este momento.
Los primeros meses te lloré sin sentido y me ilusioné con tu mensaje de año nuevo. Por eso respondí que nos pertenecíamos, aunque tiempo después, sin bebidas alcohólicas de por medio, aprendí que fuimos solo un punto ardiente en la línea de la vida. Y hasta quizás, nada teníamos que ver, porque nadie corresponde a un ser, sino al destino.
Luego volví a sonreír con la fuerza del alma y me ocupé de mis asuntos. En un acto de desinteligencia y hasta desesperación actué como el más idiota al intentar olvidarte. Creer que el desamor sería cambiar mi persona fue un gran error, que por suerte duró algunos segundos y un par de golpes en la pared.
Al pasar por el primer año, entendí que se puede ser feliz estando solo. Que casi se logra olvidar y querer al mismo tiempo. También valorarnos más y mirar hacia delante. Y que esa noticia que jamás nos gustará, no empañe nuestras alegrías y se puedan convertir en angustias pasajeras. El saber que ama a otro y es feliz, no debería dejarnos inmovilizados, sino que sería la excusa ideal para arremeter contra las lágrimas y el olvido.
Cuento las baldosas de tu vereda. Llego a la décima y termina tu casa. Que increíble que, aunque mis pasos eran lentos, casi consigo resumir mi vida sin vos, desde el día en que te fuiste.
Son las tres de la mañana, y lo único que se escucha en el barrio son los grillos. Mi corazón latió hasta el cansancio cuando pasé por tu puerta. Pude revivir así, un montón de historias divinas que me regalaste. Intenté acercarme, pero te sentí muy lejos… No me quiero ir, porque siento que cuando más te recuerdo, más olvido. Fumaré el último cigarrillo y no molestaré más. Lo juro.
Con tu permiso me confieso: en el barrio no solo escuché unos cuantos grillos… También, a tan pocos metros de tu cintura dormida y con la luna de testigo, logré sentirte respirar.
Me voy, para siempre, y lamentablemente todo esto será parte de un solo sueño, que luego será un olvido.


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viernes, 9 de marzo de 2012

No juego más


Uno, dos, tres. No pienso contar hasta diez.
Dejá de esconderte, y da la cara de una buena vez.
Uno, dos, tres. No pienso contar hasta diez.
Me destapo los ojos, ya no te quiero buscar.
Uno, dos, tres. Ya se que te fuiste, y me dejaste encerrado en este juego otra vez.
Por favor, da la cara, para olvidarte, para odiarte y salir de este encierro.
Ya no me gusta este juego, ya no me gusta perder…
Uno, dos, tres. Esperaré a la nueva participante, y me iré sin dejar huellas.
Este juego no me gusta. Perdón, no tendrá la culpa. Pero yo también escaparé.

domingo, 4 de marzo de 2012

Una tarde aprendí


Jamás intenté dejar de quererte. Aún sigo mirando esas fotos pegadas en el cuaderno. Seguro a todos nos pasó alguna vez. El significado del primer amor no tiene descripción, al menos para este mundo, o para esta vida. No se compara ni con los primeros noviazgos ni con los últimos. No guarda relación con el trayecto de nuestras vidas ni con las decisiones tomadas. Aferrarse tanto a eso, nos reprime el alma, y cuando quedamos solos, no tenemos herramientas como para volver a empezar. Por eso, las primeras salidas, las noches y el verano, huelen a gris oscuro. Prevén la tormenta, que quizás dure un mes, o un año. Sentirse solo, es aprender de uno mismo. Somos cobardes si sufrimos con aquello sin sentido. Por eso alguien tiene que elegir, decidir y llorar lo suficiente para cerrar un párrafo en la vida. Punto y aparte.
En ese nuevo panorama nos encontramos desmoralizados, con el perfil por el suelo y con tierra tapándonos. Luego creemos que un reemplazo urgente sería la medicina más precisa, pronosticada por los expertos. Pero aquí nadie es experto, porque como siempre digo, cada vida es un mundo.
Entonces llega con nosotros la desesperación y la angustia. Es cuando probamos ese trago prohibido, nos disfrazamos de ilusos y tiramos basura en nuestros pies. Ya no somos nosotros mismos. Y creemos, que escribiendo un libro, solucionaremos nuestras vidas, nos capacitaremos para emprender un nuevo derroche de sabiduría y nos imaginaremos felices.
Pero no es ético mentirse a uno mismo. Cada figura en nuestro rompecabezas es irremplazable. Nos ahogamos en una pileta vacía, le pegamos a las paredes y odiamos en secreto. Quizás, hasta somos un poco envidiosos.
Pero tal vez, si dejamos lo material para otro día, encendemos las velas de la esperanza y nos mojamos la cabeza con agua bendita, conoceremos la solución a nuestras desdichas.
No. Lo acabo de intentar y tampoco funciona de esa manera. Es que durante todo este tiempo pensé que me conocía, pero pequé por ingenuo. Nunca me di tiempo a mi mismo. Siempre di vuelta la página sin leer el final. Creí que esas líneas floreaban el resto del texto y las ignoré sin piedad. Fue un gran error que cometí.
Pensé que mi mundo era igual al del resto, pero ¿cómo saber si ellos lo tienen cuando yo no conozco el mío? 
Fui injusto, pero predicador de un sueño perdido. La culpé a ella sin entender mi psicosis. Pero acá estoy, dándote una nueva oportunidad. No por vos, sino por mí. Para quedarme tranquilo de que yo acepté mis errores y que hoy puedo reconstruir mi vida.
No estoy inspirado, pero entre cigarrillos y mates volví a creer en mí, pese a que hasta hoy a la mañana me sentía frustrado. Me daré una nueva chance, e intentaré conocerme. Quizás me lleve un tiempo, más de lo que creo. Pero no me importa el tiempo si vivo al límite cada momento. Y si no aceptás venir conmigo, la puerta está abierta, y el ascensor esperando. No me sujetes de la mano, que mi destino es tu partida.
Me quedaré debajo de ese árbol, riendo hasta el atardecer. Mi vista nublada podrá borrarte para siempre, y las culpas quedarán en el capítulo dos, que por suerte ya he leído. Hasta la próxima vida amor. Te despediré con una mueca y me acostaré sobre el pasto. Y cuando sienta que la espalda me pique, será el primer síntoma para entender, que esta vez estaré conmigo mismo. Amando, soñando y creyendo.


domingo, 26 de febrero de 2012

Barquito de papel


Tres cartas arrugadas y completamente amarillas bastaron para entender lo joven que era. Fui protagonista de una historia necesaria pero dolorosa, de esas que preferimos evitar.
Éramos chicos e inocentes, perdidos y aislados de toda realidad. Y ambos caímos en las reglas del amor. Con apenas dieciocho años, nadie puede actuar con precaución y es cuando entonces nos involucramos, tan profundamente, que hundimos nuestros corazones en esas arenas movedizas que no nos dejan salir.
Pero los días pasaron, y se rieron de nosotros. Los meses acompañaron a algunos besos y la lluvia a unas cuantas sonrisas, de esas que siguen durando y se escuchan a lo lejos.

Fui el dueño de esa historia de hadas que cerraste con tu mano derecha, triste y culposa. Pero entendiste muy bien, lo que yo jamás pude. Querer no es amar, y extrañar no es querer volver.
Cuando partimos hacia otro lugar, nos llevamos lo justo y necesario. Pero los recuerdos, las fotos y las huellas en la arena, quedan allí. Esperando a ser vistas una vez más. Pero también sabemos que no podremos volver, si los sentimientos se escapan por la puerta de atrás. Las estrellas brillan en distintas direcciones cuando miramos el cielo luego de la catástrofe, y entonces deseamos no llorar jamás. Eso sucedió luego de tu partida. Pero me gradué sabiendo que tu inexistencia debía hacerse realidad, para poder compartir más pasiones y menos discusiones. Para tomar mi rumbo, y no siempre el tuyo.
Comencé a comandar mi vida, sin tus sueños, y cerré los ojos bien fuerte, para no recordarte. Evité escuchar a mi amigo cuando dijo que te vio con otro, y me embriagué para no extrañarte.
Creo que no te amo, pero se que no te olvido. Y aunque tengamos conceptos muy distintos, los dos intentamos ser felices. A nuestra manera, pendientes de no lastimar a nadie. Pero sin olvidar aquel pasado, que tanto nos ayudó a crecer, y a entender que jamás podremos tener dieciocho años nuevamente. Y cada vez que despierte en mi cama cubierto de sábanas, aceptaré que ya nos fuimos, y que llorar es amar una vez más, para olvidar.

Bueno, después de todo, no estuvo tan mal leer esas cartas borroneadas. Estábamos tan llenos de ilusiones, que las agotamos en tan solo cuatro años, cuando a la vida le restan muchos más.
Que bien quedó el barquito de papel, con tu letra de costado. Con el emprenderé una nueva búsqueda llena de ilusiones y llevaré al corazón por si acaso.
No te preocupes por mí. No intentaré olvidarte por compromiso, porque te recordaré con dieciocho años, y aprenderé algo nuevo cada vez que una sonrisa tuya, se escurra por mi almohada.