Pertenecemos a un mundo en el que el futuro es lo más inestable y poco seguro.
Y proyectar hacia el futuro es pensar en el presente, encubriendo el pasado.
Somos conejillos de la india, hasta en el amor. Nos quieren, nos lastiman, nos abandonan. Nos analizan. Lloramos, sufrimos, nos destruimos, y volvemos a comenzar. Así, tan pronto, como si todo fuese una nueva prueba, un nuevo estudio científico o sociológico.
Nos apropiamos de los sabores más intensos, para luego explotar y desaparecer. Construimos futuros que no serán, y solemos vivir del pasado. De recuerdos, de lindos momentos. También vivimos el presente, intentando ser auténticos, pero nos damos cuenta que eso no es más que formar parte de una sociedad que nos conduce hacia la falsedad.
Nos exigimos constantemente estar bien, y nos equivocamos en cada segundo. O tal vez no pensamos, no sentimos, no existimos.
Todos necesitamos vivir con amor, pero no del amor. La verdad es parte de esa realidad, que casi nadie quiere ver. Pero que allí está.
Y por esas razones, decidimos… Soñar.
Que fácil es. Que triste a veces, es caer en lo cotidiano.
Anoche soñé que teníamos un hijo. El sueño de mi vida de tener un varón se estaba por cumplir, y vos eras la madre. Te sentabas en la cama y me mostrabas unas bolsas. Ya le habías comprado el babero, unas medias, la pelota y la camiseta de River. Te besaba la pancita. Que feliz fui por poco tiempo. Se daba, en ese momento, la inconmensurable alegría de estar a tu lado otra vez, y saber que seríamos padres tal como lo habíamos planeado y prometido durante cuatro años. Todo era una perfecta realidad. Tan perfecto, que cuando desperté, creí por unos minutos, que todo era cierto. Fue muy fuerte. Un sueño más que intenso.
Y nuevamente retornamos. Fueron imágenes que el cerebro creó, sólo para recordarte unos minutos. Tal vez fue el corazón. Quizás fuiste vos, desde donde quiera que estés…
Y de una manera tan fría y áspera como es despertarse, nos damos cuenta que todo se esfumó. Caemos de un noveno piso muy fuerte contra el suelo. Ese piso duro que dice que no te tengo, que no serás la madre de mis hijos, y que afirma que no nos vemos hace unos cuatro meses.
Tendemos a esconder nuestros sentimientos y a ocultar los miedos. Tememos al fracaso y a lo ridículo. Recorremos ríos desbordados de derrotas y paisajes de feos otoños.
Pero siempre sale el sol a la mañana siguiente, con renovadas esperanzas, ideas, visiones y sueños.
Pensamos que toda nuestra vida es una obra de teatro en la que somos los principales actores. Sucede, a veces, que el guión no es tal cual lo queremos, y que el público no siempre aplaudirá.
Pertenecemos a un mundo en el que el futuro es lo más inestable y poco seguro. Proyectar hacia él es pensar en el presente, encubriendo el pasado.
¿Y que voy a hacer?, ¿sentarme en la silla del director, y esperar a que la obra comience?
Es verdad que el destino es incierto y que nos vemos influenciados por una gran cantidad de factores que intentan alejarnos de la felicidad. Pero soñar, imaginar, y sentir es más que especial.
Sueño, con esa casa, tu compañía y mi alegría. Imagino, que en diez años, estaremos ahí, tal como lo habíamos planeado, para decidir ser felices nuevamente.
Sueño con vos, con nuestros hijos y con nuestras vidas.
Sueño, con un futuro.
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"Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño [...]"