viernes, 29 de octubre de 2010

Seguros para el corazón

A veces cuesta escribir. Las ideas no siempre llegan a la cabeza claramente y esa distorsión complica las cosas. Pero lo intentaré…

Seguros para el corazón. Eso dice el letrero en el cuarto piso de un coqueto edificio en Avenida del Libertador, aquella avenida en la que circulábamos siempre.
Por supuesto decido entrar. Espero el ascensor, porque las escaleras me agitan. Llego al piso mencionado y en la puerta 407 veo otra vez el letrero. Me detengo y antes de golpear… mi cabeza se retira del lugar. Es un flashback, como en las películas. Todo lo vivido se convierte en algo que en segundos no será más que un pasado pisado, estropeado, gastado. Un pasado de otra vida, que no es más que mi propia vida.
Recuerdo lo que no quiero recordar, te vuelvo a amar por un instante y pienso en tus labios.
Ya pasaron días, minutos, segundos de que no estás ahí.
Tarde me acordé que era 25 de Octubre, como todos los 25 de cada mes. Ya no estabas, y me dio bronca. Pasamos por todas, soñamos, vivimos, lloramos y nos abrazamos. Siempre juntos. Y no se te dio por mandar un mensaje. Porque ya no te importo o vaya uno a saber porque.
Por eso todo lo que tiene tu nombre duele, y mucho. Duele el olvido, duele el amor, la desilusión, el cariño y hasta el futuro. No sos más esa persona en quien confiaba ciegamente. No serás más eso que amaba plenamente. No sos nada.
Sólo tu nombre se encarga de mis llantos, sólo un recuerdo se ocupa de partir en dos mi corazón y sólo tu amor, aquel que se fue corriendo como un ladrón robándole a un anciano, solamente ese amor, me hace sentir como si tendría las manos vacías. Por eso, hasta la inicial de tu nombre duele.
Sigo aprendiendo y te sigo sorprendiendo… Como aquella noche, la última, cuando me lo aseguraste. Pero de nada sirve que te sorprenda, porque nuestras vidas se separaron, perdiéndose en el ocaso.
Perdón… me fui por las ramas.
Vuelvo:

Decidido, golpeo la puerta. Una bonita secretaria, de no más de 24 años me abre. Espero en la recepción por algunos minutos.
Es mi turno. Me siento en el escritorio a dialogar con el encargado de la compañía:
- Necesito un seguro para el corazón, aquel que cubra todos los daños, o que los impida.
- Lamento informarle que la compañía no se puede hacer cargo de semejantes gastos, me contestan.
- No quiero sufrir jamás en mi vida por amor, ¿qué puedo hacer? Pregunté.
- La compañía, como cualquier otra, se encarga solamente de reparar el dolor, dependiendo del valor del producto. Lamentablemente no lo puede prevenir, concluye.

Me levanté un tanto enojado, otro poco angustiado y me fui.
Pensé que encontraría la solución justa a mis problemas, pero termino indignado.
Me voy caminando hasta el río, aquel río que ya no es lo mismo y me acuesto en el pasto a soñar. Cuando despierto me percato de nuevas cuestiones que no las había considerado antes. Me doy cuenta que los pájaros cantan un tanto distinto, que el viento sopla más fuerte, que la música no es la misma, que mi pelo está más rebelde que nunca, que mi hermano es un hombre, mis amigos más amigos, que mis razonamientos son más rebuscados y que hasta el relato de gol de mi equipo tiene otros matices.

Todo cambia en la vida, porque así son las cosas. La tierra no detiene su rotación un solo segundo en el año y todo se transforma. Y hoy me doy cuenta, que no existen seguros para el corazón, y que aquel hombre, el del escritorio (que se parecía mucho a mi viejo), no me quiso vender ningún “pack”, porque sabía que tengo que seguir caminando por la vida, caer, levantarme, volver a tropezar y levantarme una vez más… Y una más… Y una más…
El único seguro para mi corazón, o mejor dicho, lo único seguro que tiene mi corazón es a mi familia, a mis amigos. Lo demás va y viene y se pierde en el final del arco iris. Aquello que nunca podremos alcanzar, pero que sabemos que está. Como los recuerdos.

Keane - Everybody's Changing



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Aparte de escribir, me gusta compartir buena música.

Aquí dos temas que vale la pena escuchar:

Como te extraño - Café tacuba



Tu sin mí - Dread mar I

jueves, 21 de octubre de 2010

El escritor inconcluso

El escritor se sienta delante de su computadora y decide escribir. Utiliza cada palabra con la mayor precisión posible. Toma un café, lo disfruta. Abre un libro, recorre una historia. Lo cierra. Pone música y siente. Cierra los ojos por unos segundos, y transporta su mente a otro sitio. Un sitio llamado recuerdos.
La música se detiene. Abre los ojos y vuelve a su más íntimo lugar. Se siente aliviado. Se detiene por un momento. Revisa su celular y encuentra el inicio de una nueva historia que él mismo fue anotando como recordatorio durante la semana. Son solo palabras, pensamientos y sentimientos.
El escritor apaga su celular. Se sorprende de cómo pasa el tiempo. Mira el reloj, que nunca se detiene. Se enoja (un poco). Decide sacarle las pilas porque el ruido de la aguja le molesta. Pero sigue funcionando. En ese momento se da cuenta, que nada ni nadie lo puede detener. Entonces comienza a escribir:

Como aquel día que sonreímos juntos. Como ese quiero ser. Lo se, mis chistes eran muy malos, pero vos te reías. ¿Será porque me amabas? Claro que si. Cómo dudar.
Nuestras vacaciones. Jamás las olvidaré. En especial las últimas. Las montañas nos rodeaban, el sol pegaba con fuerza, el aire era puro, la noche tierna. Nada soltaba nuestras manos. Caminábamos de día, recorriendo negocios, comprando pavadas, almorzando por ahí. De noche también salíamos. Le tenías miedo a los sapos. Me daba ternura, y muchas ganas de abrazarte. Paseamos en barco, nos sacamos fotos, y charlamos… largo y tendido. Todo hacía presuponer que seríamos pareja para toda la vida. En ese viaje casi lo confirmo.
Si regresara al mes de febrero sabiendo que siete meses después me dejarías libre, todo hubiese sido distinto. Por suerte no lo sabía, y te pude disfrutar, sin miedos.
Pero no solamente es eso. Mes a mes guardábamos algunos pesos para algún día poder viajar a Brasil. Qué lindo hubiese sido, ¿no?
Todo parecía muy perfecto. Los momentos en los que uno está de novio, vive cada segundo como si fuese el último. Es la esencia. Planear cosas era lo más maravilloso que había. Casi un ritual. Hasta seguramente lo previo era más intenso que el objetivo. De eso se tratan las cosas.
Pero hay más, no te aflijas.
Recuerdo aquella noche, en la que te llamé para avisarte que la luna llena brillaba como nunca: -Amor, salí al patio, mirá el cielo. ¿Ves como brilla la luna? Es para vos.
¡Que romántico! No fui yo quien creó la luna, ni tampoco quien la puso en ese lugar. Pero tuve esa genial idea, de que ambos, aunque no estemos juntos, miremos el cielo, la luna y las estrellas y seamos uno, por un momento.
Y todavía hay más… Pero lo guardo para otra noche.
Te invito a tomar un café, sentarte a mi lado y charlar. Estoy seguro que me darías un abrazo. Porque el amor es así de simple. Y complejo…
¿Cómo se fue todo de las manos? Lo mucho es poco, lo dulce es amargo y las palabras chocan, con total vehemencia.
La perspectiva cambia y las imágenes se tornan de otro color. Como una foto.
Los recuerdos se esconden detrás del escritorio y se pierden en la niebla de la noche por algunos días. Luego vuelven y duermen con migo.
Y los sentimientos se vuelcan indirectamente en éstas líneas. Para que decirlo…

El escritor concluye sin remate. Seguramente el final de las líneas se encuentren en la última página de su libro, o tan solo se las guarde en un sobre, el cual ubicaría en una cajita roja guardada en el lugar donde conserva sus cosas más importantes. También podemos pensar que no le importan los remates y que lo inconcluso es su terapia.
El escritor guarda su texto, toma el último sorbo de café (se ve azucar en el fondo de la taza), y apaga su computadora.
Se dirige hacia el reloj. Le devuelve sus pilas. Le da cuerda.
Prende su celular y configura la alarma que lo ayudará mañana a despertarse. Lo apoya en la mesa, toma las llaves de la casa, el abrigo y algunas monedas.
Se saca el traje de escritor, abre la puerta y sale a la calle, perdiéndose entre la multitud.
El escritor inconcluso vuelve a ser un simple mortal. Vuelve a la vida.
No concluye sus historias porque a cada segundo empieza una nueva. Y no hay tiempo, porque el reloj sigue corriendo.