El cine, los pochoclos, los besos, la película,
el sexo, las consecuencias. Cada salida, era con vos, una partida de cartas con
trucos, mentiras y rencores. Pero que bien me hacía. El exceso de tu piel me
llevaba a creerte perfecta, y después… unos besos más.
El auto, las lluvias, el teléfono, tu mamá. Mis
días, tus amigas. Todo era un rejunte de cosas que jamás terminaban de
compensarse por sí solas. Sin embargo, callábamos y seguíamos. Nuestras vidas
eran distintas juntas, pero simples en la rutina.
Ya, esos locos enamorados a primera vista,
cursis y celosos, se habían quedado para siempre mirando la puesta del sol en
el frío Bariloche. La inocencia de final de cursada se llevaba las cartas mas
lindas que aún guardo en los cajones, para lastimarnos de a ratos.
Jamás quise terminar de llorar, pero tuve que
hacerlo. No era justo para mí. Vos no fuiste justa.
Mis debilidades se transformaron en piedras que
fui sorteando en cada paso que daba, y tus ojos tristes y rencorosos, se
quedaron al lado de otros cuentos, que nada se parecen a los míos.
Que suerte que me equivoqué en discar y corté.
Jamás esa llamada hubiese sido para vos, sólo que el inconciente y unos números
parecidos me llevaron a dicho evento. Quedate tranquila, que cuando nos
volvamos a ver, te voy a decir que mi primo juguetón tocó el teléfono sin
querer, y que mamá se había olvidado de borrar tu número de la agenda. Mentirte
me hubiese hecho quedar mejor, más hombre, más independiente. Pero al fin y al
cabo, no te hubiese importado ninguna de las dos historias.
Pero comienzo a encontrarme en el mismo lugar.
Pensar que no te olvido. Sucede que algo tengo que escribir, y esto es lo que
mejor me sale. Sin reproches ni culpas.
Ésta vez no respondo a tus inquietudes. Comencé
hace tiempo a hacer cosas que jamás te hubiesen gustado, y me pone muy
contento. De nada sirve pensar cada día en qué hubiese hecho para sorprenderte.
Ni borracho, ni estudioso, ni buen amigo, ni la ropa de marca cambiarían tu
parecer, que fue uno solo. El no vernos más.
Las salidas, los cortes de luz, el bondi, el
río, las vacaciones. Salidas que no lo eran del todo. Claro, que ingenuo fui, traté
de dejar todo ahí afuera para escaparnos de ese techo que no nos dejaba crecer.
El techo del amor.
Cada sueño se borraba entre esas cuatro
paredes, y en cada día de sol, la ventana cerrada nos obstruía la vista. No
eran simple recreaciones, nunca lo fueron. Sólo salíamos de esa realidad, la
consecuencia de un “hasta siempre”. Al menos yo, las llamo salidas. Salidas
para escapar de lo que indefectiblemente iba a llegar.
La tele, el fútbol, el shopping, las cenas, el
orgullo. Siempre salimos, todo el tiempo escapamos, sin entender que lo único
que jamás nos hubiese dejado solos, era un abrazo.
Aprenderme cada segmento del desamor, me lleva
a pronunciar en voz alta éste nuevo relato. Relatos que no son desajustes, no
son miedos, no son tristezas, ni congojas. Son salidas.
2 comentarios:
Me encanto Leo! Me gusta cuando con cada parte del texto me puedo ir imaginando la situacion,lleno de imagenes,impecable!
Yami
Por que no habia leido este?
Me encanta la forma en que planteas esos "hubiera" que en realidad no existen, pero que en los recuerdos de una relacion, siempre estan...
Besotesss
candu
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